Síndrome de Hubris/ Al que le quepa el sayo, que se lo ponga…
Soberbia, desmesura, huida de la realidad, son males que invaden a los políticos en el ejercicio del poder. David Owen, antiguo ministro de exteriores británico y neurólogo en su vida cotidiana, invirtió seis años en estudiar el cerebro de los líderes de la clase dirigente.
Con los resultados publicó un libro titulado “En la enfermedad y en el poder” -abril de 2008-. Según el político inglés, hay una razón para el desvarío de quienes alcanzan altas cotas de mando o/y notoriedad: el “síndrome Hubris”, no admitido por la medicina pero con una larga historia en nuestra civilización. Y con ejemplos tan palpables que deberíamos proponer se estudiara como enfermedad… y contara finalmente con un tratamiento.
[Hubris o hybris en griego antiguo se refería a acciones vergonzosas y humillantes sobre una víctima por el placer del abusador. La palabra también se usaba para desacatos contra los dioses o sus leyes, agresiones sexuales, latrocinios de bienes públicos o sagrados, por pasiones exageradas, consideradas enfermedades por su carácter irracional y desequilibrado. En la actualidad alude a un orgullo o confianza en uno mismo exagerados. Resumen de wikipedia francés, inglés y castellano].
Para Owen el poder intoxica al punto de afectar la mente. Todo se ha gestado con técnicas de manual. En otras profesiones y áreas de relevancia, se suele llegar a la cima por méritos. También se ven afectados por Hubris –ahí tendríamos a estrellas de la música y el cine pidiendo agua del Nilo para desayunar-.
Pero los gobernantes con mayor motivo porque no se han impuesto solamente por su valía personal, sino por una lucha de intereses, triunfo sobre sus contrarios, más palpable que en otros campos. No está asegurado que sean los mejores de su partido, sólo se presupone.
La mecánica es prácticamente igual siempre: salen de sus hogares anónimos, de sus cátedras, de un despacho de abogados –con frecuencia-, o de una fábrica, y en un principio se sienten incrédulos de su propia capacidad. Una nube de aduladores se apresura a convencerles de sus excelencias. La mayoría espera sacar provecho.
El líder ya está seguro, llega la megalomanía, acometer obras faraónicas –desde desatar una guerra a taladrar media ciudad-.
Se construyen edificios “emblemáticos” que lleven su nombre y su sello para la posteridad. Los rascacielos de Manhattan inmortalizan poderes económicos. La Torre Trumps, el edificio Chrysler, MetLife Building -nacido como Pan Am Building- entre los más conocidos.
El placer de entrar allí y decir: “es mío”. En su vida personal, se dotan también de lujosos chalets e incluso palacetes. Lo primero que proyectó el ex presidente de la Corporación Rtve, Luís Fernandez, nada más llegar al cargo, fue una nueva sede que se identificara con él. Las clínicas, distintos organismos, cuentan al menos con una lápida de quien los inauguró. Para las posteridad -o hasta que llegue la piqueta-. Ellos ya no son “iguales” a los demás mortales, son superiores.
Es entonces cuando se desata el miedo a perder lo obtenido. Todos son enemigos a evitar, incluso en los consejos. Rodearse de mediocres en su círculo más cercano, apenas atenúa su temor. El rival brillante, precisa su desactivación por cualquier método.
Nerones, Calígulas, Claudios que se encierran en su castillo. Los expertos aseguran que afecta más a los varones y a personas de corta capacidad intelectual. El varapalo de las urnas, el cese, la pérdida del mando o la popularidad en definitiva, sume al afectado por el Hubris en la siguiente fase: desolación, disimulada con rabia y rencor en algunos casos. El ex presidente Aznar, abrupto correcaminos del odio, es una clara muestra.
Owen, un visionario
Los dos libros D. Owen & J. Davidson (2009). Hubris syndrome : an acquires personality disorder? A study of US Presidents and UK Prime Ministers over the last 100 years; David Owen. In Sickness and in Power, 2008; profundizan este concepto.
Owen desarrolla el aspecto individual sin hacer hincapié en la jerarquía social -base de la mayoría de los sistemas religiosos, capitalistas y marxistas leninistas- que permite los excesos que él denuncia.
Basta pensar en los múltiples abusos sexuales de los sacerdotes católicos que salen a la luz desde hace unos años o en las instituciones de las fuerzas armadas donde los altos mandos inculcan la obediencia y el sacrificio, el terreno ideal de conducta patológicas. El ejército ruso (que sigue aún las reglas del ejército rojo) y el norteamericano son dos ejemplos de un cumulo de violaciones, exacciones, torturas y crímenes.
Sin temor al error, se puede comprobar que una sociedad que condena la gran mayoría de su población a delegar su poder en la papeleta electoral cada cuatro o cinco años, sin casi ningún control efectivo sobre los representantes elegidos se condena a tener dirigentes embusteros y embriagados de sus privilegios.
Justo es reconocer que no todos los jefes de Estado son estafadores y abusadores. Excepciones poco corrientes son el presidente Arturo Ilía en Argentina, Coty en Francia, Olof Palme. en Suecia.
Por eso las reglas de “detección del síndrome de Hubris” (visibles en la mayoría de los jefes de Estado actuales, de Berlusconi a Putin) van acompañadas de breves observaciones a conocidos líderes políticos supuestamente emancipadores.
El kirchnerismo, un ejemplo
En 2008, uno de los mayores pecados del kirchnerismo, desde Roberto Lavagna en adelante, fue haberse desprendido de todos aquellos colaboradores que les advirtieron de algún peligro. “Ojo con la inflación y con el capitalismo de negocios para los amigos”, les dijo Lavagna allá lejos y hace tiempo, cuando el fueguito recién había comenzado a arder. De diversas maneras le avisaron que por ese rumbo iban a chocar tanto Horacio Rossatti como Gustavo Beliz. O Sergio Acevedo y Luis Juez.
Algunos advirtieron sobre el peligro de una economía que empezaba a hacer agua ahogando pobres y jubilados en el desierto del Indec, otros tomaron distancia de la compulsión a los negocios negros que el poder concentra en pocas manos y muchos vienen advirtiendo el salvajismo de una metodología que humilla y maltrata y que –por lo tanto– genera odios y resentimientos. Cada uno a su medida y armoniosamente se lo fueron diciendo.
Y cada uno de esos mensajeros fueron prolijamente congelados o apartados del corazón del poder. Condenados a Siberia, como dijo Carlos Reutemann. O a escribir maravillas como Rafael Bielsa. O a ser retados públicamente (en 2008) por Kunkel por haber sido menemistas, como en el caso de Felipe Solá. O a cargar con el mote de mafiosos dignos de Francis Ford Coppola, como Eduardo Duhalde. Después siguieron Martín Lousteau y Julio Bárbaro, y la lista continúa…
Castro y su consejo médico
El 23 de agosto pasado, al cerrar la emisión de su programa “El juego limpio”, que se emite por el canal Todo Noticias, el periodista Nelson Castro recomendó a la presidenta Cristina Kirchner “que se cuide del Síndrome Hubris. Es una enfermedad del poder que hace estragos”, dijo. Si se recorre internet, algunos estudios afirman que durante un tiempo de sufrir el Síndrome de Hubris, la cosa empeora.
El afectado comienza a padecer lo que se llama “desarrollo paranoide”, es decir que todo aquel que no esté de acuerdo con sus opiniones se convierte automáticamente en su enemigo personal. Esto puede derivar en delirios paranoides o trastornos delirantes, que le lleva a pensar que todo el mundo está en su contra. Esto hace que se aísle aun más de la sociedad.
Normalmente cuando están instalados en este estadio del Síndrome, ocurre que pierden las elecciones, por una mera cuestión de probabilidades, entonces sobreviene una terrible depresión, de la que es muy difícil salir.
Como se dijo anteriormente, Hubris proviene del griego. Ellos fueron los primeros en utilizarlo para definir a un héroe que lograba la gloria y, “borracho” de éxito, se empieza a comportar como un dios, cometiendo cientos de locuras y errores. Como castigo a “Hubris” está “Némesis”, que le devuelve a la cruda realidad a través de su fracaso.
Castro, que además de periodista es médico especializado en Neurología, sabe bien a qué se refiere y habla con conocimiento. ¿Habrá detectado coincidencias entre los síntomas de la enfermedad y las actitudes de la presidenta?
Qué los caracteriza
1 Una propensión narcisista a ver su mundo principalmente como un escenario donde ejercitar su poder y buscar la gloria.
2 Una predisposición para lanzar acciones que puedan dar al individuo una luz favorable, con el fin de embellecer su imagen.
3 Una preocupación desmedida por la imagen y la presentación .
4 Un modo mesiánico de comentar los asuntos corrientes y una tendencia a la exaltación.
5 Una identificación con la nación o una organización hasta el extremo que el individuo valora su punto de vista y sus intereses como idénticos.
6 Una tendencia a hablar de sí mismo en tercera persona o a usar la forma regia de « nosotros ».
7 Una excesiva confianza en su propio juicio y un desprecio por los consejos o las críticas de los demás (Lenin 1917-1924).
8 Un enfoque personal exagerado, tendente a la omnipotencia, de lo que son capaces de llevar a cabo.
9 Una creencia de que antes de rendir cuentas al conjunto de sus colegas o a la opinión pública, la Corte ante la cual deben responder es: la Historia o Dios.
10 La idea inquebrantable de que aquella Corte les absolverá.
11 Una pérdida de contacto con la realidad, a menudo vinculada a un aislamiento paulatino.
12 Agitación, imprudencia e impulsividad.
13 Una tendencia a privilegiar su « amplia visión » en detrimento de la entereza moral de un derrotero señalado, de modo a pasar por alto la necesidad de contemplar las posibilidades prácticas, los costos y los resultados.
14 Una incompetencia « hubrística », cuando las cosas van mal porque demasiada confianza en sí mismo condujo al líder a desatender los peligros y las trampas generados por su propia política.
Omnipotentes, aún muertos
Planta circular, llama eterna, altar, proporciones áureas, bajo techo abovedado, techo piramidal, columnas, importante luz cenital, así es el panteón napoléonico de la familia Kirchner en Río Gallegos. El mausoleo es imponente: 13 metros de largo por 15 metros de ancho y 11 metros de altura. La obra tiene dos plantas.
El cofre presidencial está en el subsuelo, donde también hay lugar para 10 féretros. Los visitantes suben al segundo piso mediante una escalera caracol de mármol que rodea un tubo de vidrio blindado. En el centro se ubica el ataúd, junto a una cruz que se simboliza en el piso. Para poder ver los restos del ex presidente, las visitas tienen que mirar hacia abajo, casi en señal de reverencia.
Un detalle inspirado en el lugar donde descansan los restos de Napoleón Bonaparte, (Hôtel des Invalides, en París), el de Justo José de Urquiza (Catedral de Concepción del Uruguay) y el Panteón de los Próceres en Lima (donde descansan Hipólito Bouchard, Mariano Necochea, Guillermo Miller, Ramón Castilla, entre tantos otros). La lectura es fácil: omnipotentes, aún muertos.
Nota
Fuente: AIM, Fundación Besnard, El Periscopio (Rosa María Artal), Perfil.
Publicado por AIM
Escuche a Nelson Castro
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