La nueva muerte de Fidel Castro
por Carlos Alberto Montaner
(FIRMASPRESS)
Cada cierto tiempo se esparce el rumor de la muerte de Fidel Castro. Es
casi una costumbre. Rutinariamente, los medios de comunicación ponen al
día sus obituarios y se preparan para el gran entierro. Esta vez “la
noticia” partió de Venezuela y parecía verosímil. Fidel llevaba varios
meses en silencio total y se decía que era la consecuencia de un severo
episodio cerebro vascular que casi lo había liquidado. Como se trata de
un anciano de 86 años gravemente enfermo, no era nada sorprendente. A
estas alturas, lo extraño no es su muerte, sino su terca insistencia en
mantenerse vivo. Parecía acertado morirse en el 50 aniversario de la
Crisis de los Misiles. Todo un amable detalle histórico.
Al fin y al cabo, se sabe que su mausoleo está listo
en el cementerio de Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba, a 765
kilómetros de La Habana, muy cerca de la tumba que guarda los restos
mortales de José Martí. Se sabe, también, que el muy previsor Raúl
Castro tiene escrito el parte de prensa y muy ensayada la liturgia del
esperado deceso. Si hay algo que no va a sorprenderle es la muerte de su
hermano. Él es una persona organizada. Siempre ha estado pendiente y
dependiente de Fidel, y así será hasta el último minuto. No ignora que
Fidel le moldeó totalmente su existencia desde que era un adolescente.
Cuando Raúl piensa o dice que “le debe la vida a Fidel” es algo
rigurosamente cierto. Fidel “lo hizo” de punta a rabo, como el escultor
que talla una figura de madera. Como Gepeto hizo a Pinocho.
Probablemente, primero el féretro será velado en La
Universidad de La Habana o en la Plaza de la Revolución. Le harán
guardia de honor algunos de los más vistosos veteranos de Sierra Maestra
que lo sobrevivan. Luego el cadáver recorrerá la carretera central
desde la capital hasta Santiago de Cuba, la ciudad de donde partió a
hacerse cargo del poder el 1 de enero de 1959. A Fidel, muy cauteloso,
le tomó una semana hacer ese recorrido rodeado por multitudes
entusiastas. Desandar ese camino, ya muerto, pero cubierto por la
bandera cubana, le tomará algo menos, pero también será una marcha
lenta. Si examinan el ritual comprobarán que los muertos, en todas
partes, siempre van despacio. Dentro de la escenografía revolucionaria,
ese último acto, cargado de simbolismos, tiene cierta importancia. Genio
y figura, nunca mejor dicho, hasta la sepultura.
No tiene sentido suponer que Raúl Castro esconderá la
muerte de su hermano. ¿Con qué objeto? Él tiene en sus manos todos los
resortes del poder. Cuando ocurra, a las pocas horas de ser notificado
el general-presidente, las emisoras de radio comenzarán a tocar marchas
militares y temas fúnebres, y algún locutor consternado anunciará con
voz engolada la hora en que el portavoz del gobierno, o el propio Raúl,
se dirigirá a la nación para hacer un anuncio importante. En ese
momento, ya todo el mundo supondrá de qué se trata y la noticia,
deliberadamente filtrada, será recogida por todas las agencias de prensa
internacionales.
Desde el punto de vista psicológico el suceso tiene
mucha importancia. Tres generaciones de cubanos han nacido y crecido a
la sombra de Fidel. Aunque todo el mundo espera su muerte, la noticia
será un mazazo y el régimen hará todo lo que esté a su alcance para
subrayar el dolor de la población, como hicieron en Corea del Norte
cuando murió Kim Il Sung o en España tras la muerte de Franco. El duelo,
piensan, sirve para cohesionar a las masas.
¿Y qué va a pasar entonces? Sin duda, seguirá,
inexorable, el proceso de abandono y negación del caudillo muerto.
Ocurre siempre. Si no lo hace el propio Raúl, lo hará su sucesor.
Stalin, que era como Dios en la URSS, se murió en marzo de 1953 en medio
de un millón de promesas de adhesión eterna a su memoria. Su gloria
sólo duró hasta febrero de 1956. Durante el Vigésimo Congreso del
Partido Comunista hicieron trizas su memoria. A Fidel le ocurrirá lo
mismo.
Publicado en El blog de Montaner
Excelente la agudeza de este escrito que aunque lleva ese tono, realza la profundidad de tu pensamiento, Carlos Alberto. He reido a mandíbulas batientes porque le has impregnado ese sabor cubano criollo que te distingue.
ResponderEliminarGracias, hermano.