Confirmada muerte de Fidel Castro
Armando Añel
Va a celebrarse la muerte de Fidel Castro por todo lo alto, en Cuba y sobre todo fuera de ella, donde la prohibición no alcanza. Una borrachera, un éxtasis instantáneamente comparable, en tanto culminación y respuesta, al más de medio siglo que la nación --lo que queda de ella si es que alguna vez hubo suficiente— ha permanecido dividida, engañada, chantajeada, diezmada, secuestrada.
Pero que la celebración no reverdezca falsos optimismos. Incluso cuando los cubanos logremos deshacernos del castrismo en el poder, o del castrismo a secas, tendremos una refundación cultural pendiente. Sin ella, como nos enseñara más de medio siglo de República (1902-1959), va a ser imposible establecer y preservar una democracia cívica, estructuralmente desarrollada. Va a ser, si es que es, un reto descomunal.
No obstante, se impone celebrar. Qué importa si algunos en Europa, o Latinoamérica, o la Conchinchina, no entienden o lo consideran de mal gusto. Somos los que hemos sufrido al miserable. Somos los que durante décadas padecimos la separación familiar, el destierro, la ignominia, la prisión de los amigos, el desprecio de los cómplices. Los que sobrellevamos por generaciones la hipocresía, la estupidez, el miedo, el instinto de conservación gregario y contraproducente que atrasa y extermina. Los que hemos visto desfilar, por miles, los muertos del comandante.
Ya era hora. Ha sido el sueño una y otra vez interrumpido de millones de cubanos. Brindemos hasta el amanecer por el principio del fin de la revolución de la inmundicia.
El miserable se fue como vivió: entre heces (derrame cerebral). Al menos en lo que a él toca, la providencia ha hecho justicia.
Nota del Editor. La redacción de Neo Club Press recibió esta mañana la confirmación (cuya fuente no podemos revelar por razones elementales) de la muerte encefálica de Fidel Castro, cuyos signos vitales dependen ya de un soporte artificial.
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