Escrito por @lavozdesdecuba.Profesor de la Universidad de Camagüey
Cuando yo era chico me encantaban los circos. Lo que más me gustaba eran los animales, y mi preferido era el elefante. Este causaba gran impresión a todo el público por su tamaño gigantesco y su descomunal fuerza. Pero, después de la actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, uno podía encontrar al elefante detrás de la carpa principal, con una pata encadenada a una pequeña estaca clavada en el suelo. La estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera, apenas enterrado superficialmente. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa, me parecía obvio que ese animal, capaz de arrancar un árbol, podría arrancar la estaca y huir. El misterio era evidente: ¿por qué el elefante no huía, si podría arrancar la estaca con el mismo esfuerzo que yo necesitaría para romper un fósforo? ¿Qué fuerza misteriosa lo mantenía atado?
Pregunté entonces a mis padres, maestros y tíos, buscando respuesta a ese misterio. No obtuve una coherente. Alguien me explicó que el elefante no escapaba porque estaba amaestrado. Hice entonces la pregunta obvia: “Y si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan?” No recuerdo haber recibido ninguna explicación satisfactoria.
Con el tiempo olvidé el misterio del elefante y de la estaca, y sólo lo recordaba cuando me encontraba con personas que me daban respuestas incoherentes, por salir del paso, y, un par de veces, con personas que se habían hecho la misma pregunta. Hasta que hace unos días me encontré con una persona, lo suficientemente sabia, que me dio una respuesta que al fin me satisfizo: el elefante no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy pequeño.
Cerré los ojos y me imaginé al elefantito, con solo unos días de nacido, sujeto a la estaca. Estoy seguro de que en aquel momento empujó, jaló y sacudió tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo no pudo hacerlo: la estaca era muy fuerte para él. Podría jurar que el primer día se durmió agotado por el esfuerzo infructuoso, y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al de más allá… hasta que un día, un terrible día, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino. Dejó de luchar para liberarse.
Este elefante enorme y poderoso no escapa porque cree que no puede hacerlo. Tiene grabado en la mente el recuerdo de sus inútiles esfuerzos de entonces, y ha dejado de luchar. Nunca más trató de poner a prueba su fuerza.
Los cubanos nos vemos como ese elefante. El gobierno imperante en el poder nos ha puesto un centenar de estacas que nos restan libertad por más de 50 años. Muchas veces se piensa erróneamente que luchar por la democracia es imposible, ya que los que se lanzan en la aventura terminan siempre en malas condiciones como Oswaldo Payá, Laura Pollán, Harold Cepero, Orlando Zapata entre otros. Grabamos en nuestra mente las palabras no puedo, nunca podré sin apenas intentarlo. La única manera de saber cuáles son nuestras limitaciones es intentar de nuevo poniendo en ello todo el corazón, pensando que un futuro para los cubanos lleno de democracia y desarrollo es posible. Frente a las adversidades y limitaciones hay que ser resilientes, en vez de amilanarse tenemos que salir fortalecidos de ellas.
Los proyectos democráticos que existen en la Isla deben buscar la unión y fortalecer sus acciones. En vez de quitar potencia de acción cuando hay que multiplicar la fuerza que se tenga. Esta energía hay que ponerla en una sola dirección y lleva por nombre democracia para Cuba.
La sumisión ante un régimen dictatorial conlleva a que el mismo se fortalezca y oprima más a su pueblo, privándole todas las libertades que pueden disfrutar. Es hora de pensar y actuar en favor a la democracia y decirle “No a la Dictadura”.
Publicado por Yo soy Resiliente
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