La política de pan y circo
ANÁLISIS | Para José Azel, el protagonismo de la especie Castro-Chávez es
una característica distintiva del pan y circo latinoamericano, donde el
énfasis está en el circo
“Pan y circo” es una metáfora peyorativa de
estrategias políticas para apaciguar y distraer a una población
desviando su atención de gestiones gubernamentales fracasadas. La
estrategia se centra en utilizar programas de bienestar público y
espectáculos para desviar atención política de una ciudadanía. De esta
manera, el apoyo público se fomenta, no a través de una administración
excepcional o políticas públicas eficaces, sino a través de desatención
ciudadana, y patrocinio.
La frase tiene su origen en la costumbre romana de retener
poder político proporcionando trigo gratis y entradas para los juegos
circenses como forma de mantener al público distraído de la política. La expresión también implica una perversa banalización y erosión de los valores cívicos en la ciudadanía.
Como estrategia política pan y circo trasciende tiempo y espacio. En
España el dicho toma la forma de “pan y toros”, en Rusia “pan y
espectáculo”, y en otros países se conoce como “pan y fútbol”. En
América Latina las políticas de pan y circo se han institucionalizado
llegando a su máxima expresión en las economías fracasadas de Cuba y
Venezuela.
En Cuba, los Castro han perfeccionado la estrategia con
cartillas de racionamiento de alimentos, y otros mecanismos de
patrocinio, así como con innumerables distracciones que van
desde discursos maratónicos, a ingeniar causas de lucha-hasta-la-muerte
de tipo circense. En Venezuela, Hugo Chávez ha utilizado pan y circo con frenesí.
Protagonismo de la especie Castro-Chávez es una
característica distintiva del pan y circo latinoamericano, donde el
énfasis está en el circo. La variante estadounidense se concentra más en el pan.
Independientemente del énfasis, esta conducta política quebranta el
desarrollo de medidas públicas eficaces, debilita la sociedad civil,
desacredita la vida pública, mina la habilidad política, y conduce a
gobiernos incompetentes.
Recientemente, el escritor Andrés Oppenheimer citó la palabra
“ineptocracia” como una nueva definición de los malos gobiernos. En una
ineptocracia, los menos capaces de gobernar son elegidos por los menos
capaces de triunfar, y el patrocinio del gobierno se utiliza para
recompensar a los menos capaces de triunfar por elegir a los menos
capaces de gobernar.
En EEUU, en esta campaña electoral, ineptocracia se
ha convertido en un eslogan de camiseta que recuerda la premisa de Ayn
Rand en La rebelión de Atlas.
Unos ven con escepticismo aplicar soluciones de mercado a problemas
sociales. Para ellos, asignar una tarea humanitaria al gobierno, por
ejemplo el cuidado de la salud, intrínsecamente impregna todo el proceso
con moralidad y eficacia. Supuestamente, estas tareas gubernamentales
corrigen ineficiencias de la empresa privada. Desde este punto de vista,
la calidad de un Estado debe medirse a base de los gastos sociales en
que se incurre y se considera que el Estado más compasivo es el que más
gasta en subsidios sociales.
Otros ven los aumentos en programas sociales del gobierno
como una política indulgente que quebranta la responsabilidad personal.
Para ellos, es una lógica perversa venerar los gastos sociales como
primordiales . Los gastos sociales necesariamente tienen que ser
costeados con aportaciones de otros sectores de la sociedad por medio de
impuestos y otros mecanismos.
El objetivo del Estado debe ser el fomento de sistemas
socioeconómicos donde la mayoría de los ciudadanos sean capaces de
satisfacer sus propias necesidades adecuadamente de manera que los
gastos sociales se vuelvan mayormente innecesarios. Por lo tanto, la
calidad de un estado debe ser medida en proporción inversa a los gastos
sociales que se requieren para ayudar a la ciudadanía.
Mis nietos me cuentan –confieso que no he leído los libros– que en el
último libro de la trilogía The Hunger Games (Los juegos del hambre) se
revela que “Panem”, el nombre del país en ese mundo distópico, fue
tomado del latín panem et circenses. El término fue acuñado en una obra
de Juvenal, escritor romano del siglo I, quien lamenta que el pueblo es
adicto a recibir favores políticos y ha abdicado sus deberes de
ciudadanía. Teniendo en cuenta los bajos niveles de participación
ciudadana en la política y nuestra afinidad por diversión insustancial
parece que la política de pan y circo ha envejecido bien desde la caída
del Imperio Romano. Las novelas Los juegos del hambre se desarrollan en
un mundo donde los países de América del Norte alguna vez existieron.
Esperemos que la dramatización retenga su carácter de ficción.
JOSÉ AZEL |jazel@miami.edu |@ElPoliticoWeb
Publicado por El Político
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