Se trata de reemplazar la idea del consenso absoluto, a través de la opresión y la represión
ROBERTO GIUSTI
| EL UNIVERSAL
La contradicción fundamental del chavismo, durante estos últimos catorce años, ha sido la de destruir esa base que le sirve de apoyo a cualquier modelo (siempre en democracia), bien sea de izquierda o derecha, para liquidar cualquier forma de pensamiento o de acción política que implique la existencia del disenso y de las contradicciones constructivas. Su objetivo es lograr, bien sea a través del método democrático, bien sea a través de la violencia o bien sea a través del adoctrinamiento y la cooptación de todos los poderes, el consenso absoluto, aun cuando éste se logre (y no hay otra manera) mediante la opresión, la represión y el terror.
Cuando Chávez amenaza con "aplastar" a su adversario no está esbozando una metáfora, se está expresando (debe reconocérsele la sinceridad) literalmente porque con un Capriles en la presidencia no sólo se estaría produciendo un cambio de gobierno, sino el desplazamiento de un régimen que no ha dejado de proponerse el objetivo supremo del totalitarismo como sistema definitivo y lo más cercano a lo que Chávez suele denominar "infinito" y "eterno".
Así planteadas las cosas la tarea civilizatoria de Capriles va mucho más allá de un sentimiento nacional de rechazo hacia la violencia, en todas sus manifestaciones. No se trata de llevarle la corriente a la gente según y como lo dicten las encuestas A estas alturas ya luce evidente que una mayoría decisiva ha comprendido la necesidad de un recambio de paradigma que implica, apenas, el comienzo de una durísima tarea de reconstrucción material, ética y, ¿por qué no decirlo?, espiritual. Lograrlo, como parece que está ocurriendo, no sólo significa el desplazamiento de un gobierno, sino de una aberrante concepción política fundamentada en el sometimiento general. Y ahí está el acierto de un Henrique Capriles perfectamente consciente de encarnar algo mucho más trascendente que una simple candidatura presidencial.
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