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miércoles, 15 de agosto de 2012

Mi esposa cubana: Cuando la belleza es un estorbo


El cineasta Jorge Dalton y su esposa, Susy Caula en El Salvador.

















El cineasta Jorge Dalton y su esposa Susy Caula en El Salvador.


Por Jorge Dalton*  

Era octubre de 1997, el despertador sonó a las cuatro de la mañana, me levanté confiado en que sería un buen día y en pocas horas estaría con mi currículum debajo del brazo en las oficinas del Colegio de la Frontera del Sur en Chetumal, Quintana Roo, México.
Para ese entonces mi esposa y yo aún vivíamos entre Cancún e Isla Mujeres, en el Caribe mexicano, en una situación económica desastrosa. Hacía poco administrábamos allí un pequeño restaurante de comida cubana. Al principio todo marchó de maravilla, el negocio no tenía otro destino que el éxito, hasta que descubrimos que el propio dueño del establecimiento robaba a mano limpia nuestro dinero y el de su esposa Ana.
Rafael era un marinero que decía ser poeta y revolucionario, amante de todo lo que tuviese que ver con la imagen idílica de la revolución cubana y de la sandinista. Deliraba ser guerrillero en momentos en que ya no se podía, usaba barba y boina calada al estilo del Che, fumaba espléndidos habanos y se embriagaba con ron cubano mientras contaba sus hazañas y batallas sexuales en las playas de Varadero y Santa María del Mar. Las fotos de Fidel, etiquetas de Habana Club, unos monos de coco espantosos y banderas cubanas, inundaban su casa; era todo un esnobista a quien poco le importaba el exterminio de los indígenas en Chiapas o Guatemala.

Todo terminó como “la fiesta del Guatao”, en que la negra Ana le pidió hasta el divorcio, el restaurante fue cerrado y nosotros quedamos en la calle. Las cosas se complicaron más de la cuenta debido a que mis papeles de estancia en México se habían vencido y aunque teníamos permiso para trabajar, la falta de empleo se había convertido en una constante para ambos.

Encontrar un nuevo empleador era tan difícil como concebir al primer cosmonauta hondureño. Ya se nos hacía imposible seguir pagando la renta, pero en eso nos visitó Carolina, una amiga argentina procedente de San Cristóbal de Las Casas, Chiapas. Ella me arregló una entrevista en el Colegio de la Frontera Sur. Por mi hoja de vida, yo cumplía con los requisitos para ocupar una plaza en Chetumal, la capital del estado de Quintana Roo.



Susy y Dalton (al centro) junto al equipo de trabajo en San Salvador,

















 Susy y Dalton (al centro) junto al equipo de trabajo en San Salvador,



Me presenté ante las autoridades de Migración en Cancún para informar que estaba recibiendo un nuevo ofrecimiento de trabajo. Al cabo de unos minutos el oficial me entregó un documento donde me notificaban que tenía solo 72 horas para abandonar el país. Mis amigos me aconsejaron salir de México y obtener una visa en Belice para entrar nuevamente. Ese trámite me llevaría poco tiempo ya que por los nuevos acuerdos entre los gobiernos de El Salvador y México en ese tiempo todo debía ser arreglado y así podría ir sin problemas a mi nueva cita de trabajo.

Enrique López (Alíkó), un uruguayo y eterno amigo, se ofreció llevarnos en su auto.
Llegamos a la frontera y me despedí de mi esposa Susy y de Ali, ellos quedaron seguros que en breve yo estaría de regreso junto a ellos, pero para sorpresa de todos, el funcionario de la parte mexicana me prohibió la entrada nuevamente a México, yéndose a volines mi cita de trabajo y mis sueños de seguir viviendo en tierra mexicana junto a mi esposa.

Desde la parte beliceña logré que Alí me viera, para extenderme los únicos 80 dólares que tenía en ese momento. De no haber existido esa plata, tenía dos alternativas: entregarme a las autoridades de Belice o a las mexicanas y esperar mi deportación a El Salvador, mi país de nacimiento. Por mucho que quiero a México, haberme entregado a los mexicanos significaba el suicidio.

Viaje por la selva guatemalteca

Decidí llegar a El Salvador a como diera lugar, pero para ello necesitaba atravesar gran parte del territorio de Belice y una enorme extensión que comprende la selva del Petén guatemalteca, en un viaje que duró casi cinco días. Al llegar al Pulgarcito de América a los pocos días, supe que de una plaza en la Universidad Tecnológica de El Salvador, similar a la que me ofrecían en el Colegio de la Frontera Sur de México. Me presenté y fui seleccionado entre varios candidatos.

Mi vida comenzó a ser otra, pero me quedaba resolver un gran dilema: traer a mi esposa de origen cubano a El Salvador, el único país de Latinoamérica que no tenía relaciones diplomáticas con la isla en ese momento y para colmo el Ministro del Interior Mario Acosta odiaba a los cubanos, viniesen de donde viniesen. Pero había un detalle más que obstaculizaba toda gestión: Susy y yo no estábamos legalmente casados.

Fue en ese momento que un magistrado de la Corte Suprema de Justicia me dijo lo siguiente: “Estos países han sido creados  por seres corruptos y si no resuelves a las buenas, vas a tener que resolverlo a las malas, si quieres recuperar a tu esposa y tener tranquilidad, ve a ver a estos abogados de mi parte, ellos te estarán esperando y te ayudarán”.

Al día siguiente me presenté en un bufete de abogados que quedaba en una de las zonas más peligrosas de San Salvador, un sitio parecido a Calcuta o a al barrio panameño de “Sal si puedes”, donde me recibió un señor gordito, bajito, el clásico, con lentes oscuros, encorbatado y ensacado hasta la médula. Muy directo y cortante me dijo: “No te preocupes, la solución que veo es darle una identidad salvadoreña a tu señora, eso significa, cédula, partida de nacimiento salvadoreña y otras cosas más. Te advierto que no será fácil pero puedo arreglar el tamal. Dame seis días y por ser vos, págame 1,000 colones ahora y el resto me lo pagarás al final. Necesito cuando te avise que tengas a mano una foto de pasaporte de tu señora”.

El día acordado

Llegó el día acordado. Al parecer todo estaba solucionado. Eso aumentaba mis esperanzas de que Susy estuviera conmigo en pocos días. Cumpliendo lo que me habían pedido, les mostré a los abogados la única foto de Susy que por fortuna cargaba en mi billetera, todos brincaron asombrados y uno inesperadamente dijo:
- Mira, con esto sí que estamos pero bien jodidos. Tu esposa es demasiado bonita. ¡No, hoooooombre! esto es un adorno, una belleza, no me jodás, si la mujer del cementerio que te hemos buscado para arreglar los papeles, es una indita fea, fea, fea como el carajo, de un pueblo de por allá por La Unión!

Ellos habían arreglado el asunto siniestramente mediante una mujer que tenía la misma edad y estatura que Susy y que había fallecido hacía tiempo por razones desconocidas, pero su físico no coincidía en lo más mínimo con mi esposa.

Ya me retiraba del bufete cuando uno de los abogados se me acercó, muy solidario y con todo el deseo de ayudarme me dijo: “Lamentablemente así no podemos proceder, tendrás que ahorrarte el dinero. ¿Por casualidad no tienes unas fotos donde tu mujer salga más fea, hombre?

Eso era en realidad lo más difícil. A Susy la conocí en La Habana desde los 18 años, a principios de los 80s, ya tenía una belleza extraordinaria, capaz de paralizar una ciudad como Tokio. Aún hoy en día, a sus 49 años que serán 50 este 15 de agosto, está muy lejos de que su luz se apague y sigue siendo como decía un gran poeta cubano, “una fiesta innombrable”.

Yo no estaba dispuesto a dejarla de ningún lado de la frontera, lejos de mi corazón y del privilegio de mi mirada, y gracias a las gestiones del pintor salvadoreño Fernando Llort y el propio vicepresidente de la República, el honorable Sr. Errique Borgo Bustamante, Susy llegó a El Salvador el 24 de diciembre de 1997. En abril de 1998 nos casamos y fin del cuento.
Seguimos viviendo en El Salvador. Pero antes me gustaría saber si alguno de ustedes conoce a los del Colegio de la Frontera Sur en Chetumal, Quintana Roo, México, para explicarles que no ha sido informalidad mía no haber asistido a la cita de trabajo  ese mes de octubre de 1997, sino que miren todo lo que me pasó ¡coño!

*Cineasta cubano salvadoreño, hijo del gran poeta salvadoreño Roque Dalton (1935-1975). Creció entre Praga y La Habana, y se afincó finalmente en San Salvador. Esta crónica fue especialmente escirita para CaféFuerte.


Publicado por Café Fuerte

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